sábado, 29 de diciembre de 2007

Construcción de Ciudadanía

En el marco de la nueva ley de educación de la Provincia de Buenos Aires, este año se universalizó Construcción de Ciudadanía, como materia en el primer año de la Escuela Secundaria Básica. Entre el 2008 y el 2009 va a instalarse en segundo y tercer año. Ciertos sectores conservadores intentaron crear confusión sobre su marco teórico, su objeto de estudio y sus fines. Para tener en claro cuáles son los enfoques de Construcción de Ciudadanía, pueden ingresar al sitio del programa radial Portal Educativo, allí hay una entrevista con varios actores que, desde diferentes roles, lo explican. Juzguen ustedes. http://abc.gov.ar/lainstitucion/noticiasdeladgcye/v072/radio/radio.cfm

martes, 25 de diciembre de 2007

Trenes

Éste es un cuento que escribí hace unos años. Siempre me gustaron los trenes y solía viajar bastante entre Constitución y Lomas de Zamora.

Conocí un tren en Bolivia, que una o dos veces por viaje se descarrilaba y entonces todos los pasajeros debían bajarse y volver a acomodarlo sobre los rieles. Recuerdo, también, otro sobre el que Rodolfo Walsh escribió una larga nota, algo tedioso el tren; pero, por lo que contaba, bastante querido en varios pueblitos de Corrientes; dejó de pasar antes del setenta, la nota era una especie de despedida.
Creo que asociar los trenes con llegadas y despedidas es algo inmediato. En mi vida hay un tren que sigue llegando a Aguas Calientes, al pie de Machu Pichu, después de zigzaguear y zigzaguear entre montañas con un vaivén de hamaca.
Durante mi infancia, en las vacaciones, solía esperar el tren en una de esas estaciones inglesas, de fines del siglo XIX, que todavía quedan en las afueras de Buenos Aires. La estación tenía, al fondo del andén, un gran puente de hierro cubierto de óxido que yo consideraba propio; era, no cabía duda, el lugar de mejor vista de toda la zona. Desde allí arriba podía ver, entre los árboles, a un costado de los rieles y los durmientes negros de alquitrán, ese hormiguero inmenso que era el barrio ferroviario y más lejos, hacia el norte, el contorno de los talleres del ferrocarril.
A unos veinte metros del puente, ése también era mi territorio, caminando por las vías, se llegaba a la casilla de señales, una construcción con techo de fibrocemento a dos aguas y una puerta de madera podrida y una ventana sin vidrios que miraban a las vías. En general, los trenes se demoraban bastante y en ciertas horas, después del mediodía o a las cinco de la tarde, tardaban cuarenta minutos en volver a pasar; disfrutaba mucho esa espera de tiempo suspendido, caminaba por las vías alargando el regreso al ahogo de la ciudad. Del puente a la casilla, de la casilla al puente y hasta la otra punta del andén, la barrera de Larroque y vuelta al puente y la casilla. Cada tanto, me acercaba a conversar con uno de los señaleros, un conocido de mi abuelo, de su época en el ferrocarril, Paz, se llamaba y le decían el viejo; era un tipo alto, gordo y un poco descuidado, de costado daba la impresión de la proa de un barco; me gustaba hablar con él, me daba algún mate y me contaba de cuando jugaba al fútbol en Argentino de Quilmes, o de la huelga brava contra Frondizi. Ni mandándonos a buscar con los milicos nos quebraron, decía.
Una tarde, vi entrar a la casilla a una mujer de la vida; así les decía mi abuelo, mujeres de la vida, o a veces, yirantas. Llegaban temprano y se agrupaban en las tres esquinas de la estación charlando y fumando. Yo sabía que las mujeres de la vida cogían por plata y no sabía si tenerles miedo. Muerto de curiosidad decidí acercarme, caminé casi invisible por el último andén, bajé a las vías y busqué un lugar desde donde pudiera mirar sin ser descubierto. La figura desnuda del Viejo Paz, su inmensa barriga desparramada sobre el cuerpo de una adolescente llenaba toda la ventana. Quedé inmovilizado, con los ojos fijos en ellos, deslumbrado por la mecánica de un acto que apenas había imaginado alguna vez.
Ahora mismo, creo que esa tarde, frente a esa pareja cansada, comencé a comprender que el amor también puede tener algo de tren, de su letargo hastiado sobre los durmientes, de la soledad de un vagón vacío, de sus rutinarias vueltas que finalmente lo devuelven al mismo lugar.